¿Te imaginas tener un auto en el que Fangio había corrido y triunfado, y sin saberlo?

Isaac Vaskoboinik al volante. De pié, otros cuatro copetonenses. En el autódromo de Buenos Aires, en 1952, con el monoplaza que siete años antes había corrido Fangio.



La Negrita, exhibida en el Museo Fangio, de Balcarce. Fotografía: Gentileza Museo Fangio.



El autor junto al quíntuple campeón del mundo, J. M. Fangio, en una entrevista realizada en 1979.



Por Roberto Vega Andersen *

La historia suena desopilante, pero es real, y me roza por varios lados. Si armara un relato cronológico debería comenzar quizás con el arribo de los pilotos europeos, ases del Gran Prix, invitados por el Automóvil Club Argentino para competir en la temporada 1947. Palabras más, palabras menos, así lo recordaba el propio Juan Manuel Fangio [1911 - 1995].

 

«En el año 47 vinieron a correr los europeos, y yo tenía un chasis Ford «T» en Balcarce, porque permitían participar sólo a los coches de mecánica nacional. Estaba en Bahía Blanca, le llamo a mi hermano para ver si puede meter un motor grande, tenía un motor chico de Chevrolet de 4 [cilindros]; tomó la medida y me dijo: «sí, puede andar». Entonces armamos el motor y vinimos a correr a Buenos Aires, pero como no tuvimos tiempo a probarlo, lo terminamos a último momento, el coche me calentaba enormemente y paré para no quemar el motor. Volvimos a Balcarce y modificamos el sistema de refrigeración, sin dinero, casi; primero le adicionamos un panel al frente y como seguía el calor, le agregamos otro radiador chico en la cola y nos dio un motor estacionario, con dos caños, de goma. Y así se fue el calor. Ese fin de semana gané en Rosario. Indudablemente eso sirvió para que, al año siguiente, cuando fui a Europa, Amedee Gordini que me había visto correr esa carrera, me ofreciera su auto». [1]

 

El motor que le habían adaptado José Duffard y Rubén «Toto» Fangio, fue uno de 6 cilindros de un camión «Guerrero» adquirido como rezago de guerra. Lograron que alcanzara una velocidad máxima de 170 kilómetros por hora.

 

Cuando Fangio hablaba de «La Negrita», así la había bautizado, la recordaba con enorme cariño; con ella había dado el primer gran paso hacia Europa. «Era un auto tan feo ―se reía― [...] Pero al ganar en Rosario, todos se fotografiaban a su lado y hasta me lo pidieron para exponerlo en varias Concesionarias [...]» Aquel triunfo le permitió correr por primera vez en el Gran Prix de la primera temporada internacional en Argentina, lo hizo con La Negrita, carrera que ganó el argentino Aquiles Varzi con un Alfa Romeo.

 

Fangio finalmente reemplazó su monoposto y al año siguiente viajó a Estados Unidos y Europa, donde Amedee Gordini le facilitó un Simca Gordini para correr en Reims. Fue su debut en el viejo mundo. Ya en 1949 regresó a Europa y compitió en diez pruebas, obteniendo seis victorias. Fueron las primeras, después llegaron tantas que le permitieron cosechar cinco títulos mundiales y un subcampeonato. En 1958, ya consagrado, le entregaron el trofeo «Al más grande campeón de todas las épocas» que lleva la firma de buena parte de sus adversarios.

 

Retirado de las competencias, el quíntuple campeón siempre estuvo vinculado al automovilismo; el inolvidable Chueco supo colaborar activamente en el desarrollo y proyección internacional de nuestros vehículos y pilotos. De aquella legendaria Negrita nada se sabía, salvo que había pasado hacia otras manos.

 

En pista de tierra, imbatible

 

Lo historia, lo indiqué, me había rozado más de una vez. A la distancia, aquellos recuerdos toman otra dimensión. Cursaba quinto año de la escuela secundaria y una peña local organizó algunas carreras de estos antiguos coches; estábamos en 1973. En las cercanías de Copetonas ―los lectores habituales de Hilario ya lo saben, he hablado en varias ocasiones de mi «patria chica»―, se armó un óvalo de tierra con la motoniveladora de la Comisión de Fomento, y el Fordtódromo se transformó en la gran atracción. Las competencias, fueron varias, congregaban grandes cantidades de público y eran transmitidas a través de un sistema de altoparlantes instalado frente a los sectores donde se ubicaba la gente.

 

En aquellos años, Carlos Reutemann en la Fórmula Uno y el ya por entonces inigualado espectáculo del Turismo Carretera movilizaban multitudes, y nosotros disfrutábamos cada año con la Vuelta de Tres Arroyos que atravesaba Copetonas por su avenida principal. Ese entusiasmo se proyectó sobre el Fordtódromo, y tan alocado a la distancia, siendo un adolescente, fui el speaker de cada carrera. Recuerdo que, asumido el compromiso, escuchaba con especial atención las transmisiones radiales de Carburando ―medio siglo atrás aquel programa ya era un suceso―, y desde mi audaz desparpajo juvenil emulaba a sus consagrados relatores. 

 

En la pista, un auto causaba sensación; Isaac Vaskoboinik era su propietario, chacarero con campo en la zona y dueño de una de las dos barracas activas en la localidad. Vaskoboinik era el esposo de la directora de la Escuela N° 25 donde yo había cursado la primaria, y tenía dos hijos, Omar ―nuestro profesor de Educación Física en el Instituto Secundario Almafuerte― y Juan Carlos, quien conducía su máquina en aquella pista de tierra. Ambos formaban parte de la peña llamada La biela y el pistón.


Hugo De La Penna en su monoplaza. Fotografía: Gentileza Diario La Voz del Pueblo.


La grilla de vehículos se completaba con algunos locales y otros venidos desde Tres Arroyos, como lo hacían los hermanos De La Penna, y desde otras poblaciones vecinas. Entre los primeros, recuerdo uno de Irigoyen, y otro de un mecánico de apellido Scoccia. Competía con el seudónimo de Cura Gaucho, así reconocido porque con sus bromas bautizaba a todos...  

 

Sin querer distraerlos más allá del relato central, recuerdo la nube de tierra que ocultaba a los competidores y en el óvalo, al final de la recta, el coche que siempre llegaba primero y que, semi detenido, con su conductor mirando hacia atrás, esperaba la proximidad de los demás para retomar su posición al volante en tanto los primeros escoltas lo superaban para divertirse con la aceleración sorprendente de su monoplaza que, otra vez, los dejaba a lo lejos. Aquel era Juan Carlos Vaskoboinik ―en la memoria borrosa lo veo de pie en el interior del vehículo, era corto de estatura, y bañado en tierra, buscando con su mirada a los rivales que apenas se dibujaban en la cortina de polvo en suspensión―, feliz con la máquina de su padre, nuevamente desacelerando al final de la siguiente recta con los roles cambiados del gato y el ratón. Al margen de estas escasas carreras, aquel coche descansaba entre los cueros y fardos de lana de oveja estibados en la barraca de su propietario.

 

Sobre la identidad de aquel auto, dejemos que Omar Vaskoboinik, mi profe de Educación Física nos relate la vera historia.

 

«Mi padre, Isaac, disfrutaba con las carreras de autos, lo hacía en la categoría “Limitada 27”, en una época en que Eduardo Mendivil, de Bahía Blanca, era el líder y mi viejo se propuso comprarle el coche ganador. En principio, Mendivil creía que era una broma, pero finalmente llegaron a un acuerdo y mi padre comenzó a correrlo. En ese tiempo, mamá decía que los lunes comíamos puchero de cola. Se corría en pistas de tierra por aquí, al sudeste de la provincia de Buenos Aires».

 

«En 1952, año que se inauguró el autódromo de Buenos Aires, fuimos con papá a correr en aquella pista con La Negrita. Lo primero que le dijeron era que tenía que correr con casco; él lo hacía con un casquete de aviador. Entonces cruzó la calle y un hombre le pidió 50 pesos, que a mi viejo le pareció mucho. Sin embargo, ante una pregunta inteligente decidió cambiar de parecer: ¿su vida no vale más?, le había dicho el vendedor. Viajamos en una Ford 1951, los cuatro de la familia y otros cuatro amigos del viejo, que lo hicieron en la caja. Años después le pregunté a uno de ellos por qué habían viajado todos ellos. “A pasear”, me respondió. Y pienso que esa era la verdad, porque de mecánica poco y nada, cada uno de ellos».

 

«Papá se dedicaba a la compra de cueros y lanas, además del trabajo de campo. Tenía una conducta muy recta, bien generalizada en la época, y mucho compromiso por la comunidad; participó en numerosas comisiones y siempre dando una mano. En la barraca y ya retirado de las competencias, guardó el auto por años, hasta que en los ´70 organizamos unas carreras en Copetonas y lo convencimos para que diera unas vueltas en la pista. Primero él no quería saber nada, pero nos permitió hacerlo conducido por mi hermano».

 

«Hasta ese momento no teníamos noticias sobre la historia del auto más allá de haber sido propiedad de Mendivil».

 

En su concesionaria, Juan Manuel Fangio

 

Ya en Buenos Aires, retomo la historia en primera persona, escribía artículos para una revista de Tres Arroyos, Deportodo, por invitación de su director, Héctor Ricardo Asef. En una suma rápida, recuerdo haber entrevistado a Maradona, y también a Fangio; ambos en los extremos de sus carreras.

 

El quíntuple campeón me recibió en su despacho y fue una hora y media de ameno diálogo. Comprenderán, en ese tiempo desconocía que tan solo unos seis años antes había transmitido unas carreras donde su Negrita había sido de la partida.

 

En la entrevista Fangio repasó el presente del automovilismo nacional e internacional, y les comparto ahora el recuerdo sobre su carera más emotiva. «Fue en Nürburgring en el año 1957. Allí me aseguré el título número cinco y fue una prueba muy dura porque yo tuve que parar a reabastecerme de combustible y después logré superar a Hawthorn y a Collins que marchaban en primero y segundo lugar. Yo nunca fui un corredor espectacular ―le confesó a ese joven periodista― porque siempre tuve un límite, pero en esa oportunidad creo que me pasé de ese límite». [2]

 

Por supuesto, agradecido, pregunté: - ¿Qué es un corredor espectacular?

 

«Es aquel que toma la misma curva siempre de maneras distintas ―abundó Fangio―: el ejemplo típico que me viene a la memoria es el de Novari. Aunque yo lo vi cuando no pasaba nada con él, era realmente espectacular ver como tomaba todas las curvas por lugares distintos y en el límite de su máquina».

 

Conservo un ejemplar de la revista Deportodo con su autógrafo.

 

«Un veinticinco por ciento es mío»

 

«Transcurridos unos años, un abogado de Tres Arroyos le dijo a mi padre que ese coche podría ser de Fangio ―rememora Omar Vaskoboinik, ya octogenario―, pero mi padre no tenía certeza. Y tiempo más tarde apareció Toto Fangio a verlo. Se tiró al suelo, revisó unas soldaduras en el eje delantero y dijo: “esta es”. A partir de ahí, comenzaron las idas y vueltas... ¿Lo vendo? ¿No lo vendo? Le preguntaba a mamá, ¿qué hago? No sé qué le respondió ella... Pero un día me enteré que estaba en el Museo Juan Manuel Fangio de Balcarce. Así era mi viejo, las leyes de la herencia no existían; consideraba que el dinero que él había hecho era para él, y decidía. Ahora me divierto con esa historia y cada vez que voy al Museo en Balcarce, lo hago todos los años, lo disfruto. He llevado a mi nieto y un día lo senté en la butaca de La Negrita y se me vino al humo el personal de la sala ―¿qué hace?, ¡no se puede!― y yo los paré; les dije: cállense la boca, de este coche el 25% es mío. Lo comprenderás, tenemos una muy buena relación con ellos».

 

«En 1993 participé en una reunión de cooperativas eléctricas y se me acercó un señor, el ingeniero Luis Carlos Barragán ―de Balcarce, presidió la Comisión Pro Museo, integró el primer consejo de la Fundación Fangio, y siempre ha estado vinculado al Museo Juan Manuel Fangio―, me dijo quién era, y que no me conocía; yo no había participado del retiro del auto en Copetonas. Es que en ese tiempo estaba en el campo, en Irene, una localidad vecina».


«Cuando la llevaron le dieron el color negro original; mi padre le había puesto a nuevo el tapizado, que se había estropeado. Fue su única intervención sobre el auto».

 

Omar, coleccionista de películas ―reunió más de seiscientas―, cuenta con orgullo que la mayor parte las donó a la Biblioteca Popular D. F. Sarmiento, de Tres Arroyos.

 

Siempre el coleccionismo se enlaza con el patrimonio cultural, se trate de poseer algunas obras de arte o el vehículo que catapultó a Juan Manuel Fangio hacia su primera carrera en Europa; el sueño de tantos millones de admiradores en el mundo.

 

Notas:

1. Trascripción libre de la voz de Juan Manuel Fangio grabada en el sitio web www.museofangio.com 

2. Aquella carrera fue inolvidable, para Fangio, para los cien mil espectadores y para todos sus seguidores, que eran millones; batió diez veces el récord del circuito. La espectacularidad de su marcha ―además de reabastecer el combustible había cambiado sus cubiertas― le permitió superar a las dos Ferrari que lo precedían restando solo siete kilómetros para el final de la prueba. La bandera a cuadros y el 5to título coronaron tamaña proeza.


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