Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Relevar la historia de una imprenta icónica como la que funcionó en los talleres de la Casa de Niños Expósitos de Buenos Aires desde su fundación en 1779 hasta su traslado a Salta en 1824 es, a su modo, una forma de encontrarse con interrogantes que quedan en no pocas ocasiones grabados como [pre]ocupaciones fundamentales. En efecto, volver a estos acervos, a las bibliotecas públicas y colecciones privadas que albergan sus piezas bibliográficas, implica detenerse en preguntas cuyas respuestas difícilmente son autoevidentes. Algunas, incluso, quizás todavía perduren inadvertidas, a la espera de que una afinidad extemporánea nos reclame desde el silencio del anaquel de las bibliotecas por construir en nuestro territorio. Pues: ¿qué otra cosa que dotar de renovado sentido es repensar el archivo de obras impresas que narran una nación? Eso es lo que el investigador, el lector, el bibliófilo, el docente enfrenta al repensar la acción de una imprenta como la de los Niños Expósitos, que trascendió límites y temporalidades para ser el medio principal de difusión de las ideas y aporte inigualable al desarrollo cultural no sólo de Buenos Aires sino de buena parte de la región.
¿Qué nos exige a nosotros, lectores y agentes contemporáneos, el encuentro con estos documentos? Y mejor aún: ¿cómo reordenar esas bibliotecas que se conformaron en los momentos fundacionales de lo que hoy es Argentina, Uruguay, Bolivia, Paraguay y parte de Brasil? ¿Qué invitación se abre ante nosotros cada vez que volvemos sobre los Bandos, las Proclamas, los Oficios y sobre las publicaciones periódicas de principios del siglo XVIII, o cuando advertimos con los estudios históricos la riqueza de una literalidad rota, en cuyos pliegues estallan sentidos insospechados?
En todo caso, la producción de la Real Imprenta de la Casa Niños Expósitos remite a una memoria colectiva viva, americana, y de ello dio cuenta el acto realizado en la Biblioteca Nacional «Dr. Mariano Moreno» de Argentina [BNMM] el pasado viernes 14 de marzo, en el cual se llevó adelante la incorporación de la Colección «Imprenta de los Niños Expósitos» custodiada por esta institución en el Registro Memoria del Mundo. Región América Latina y el Caribe 2024 de la UNESCO.
Sin lugar a duda, la puesta en valor de estos documentos se inserta en la producción intelectual de una estirpe de importantes bibliógrafos que han allanado el camino, entre los que destacan los nombres de Juan María Gutiérrez, Antonio Zinny, José Torre Revello, José Toribio Medina, Carlos Heras, Sara Sabor Vila y el Padre Guillermo Furlong. Pero el impulso a nuevas investigaciones sobre el universo de esta imprenta [1], además de la necesidad de sistematizar la digitalización de este acervo, entre otras vetas posibles, requiere hoy más que nunca de un relevamiento pormenorizado de catálogos e índices bibliográficos que den cuenta de la existencia de estas obras en otras instituciones públicas, además de aunar esfuerzos con universidades, librerías, colecciones privadas y de bibliófilos que custodian este patrimonio documental no sólo en Argentina sino en todo el Cono Sur.
Imagen reproducida por Luis Ricardo Fors en «Índice cronológico de los trabajos ejecutados en la Imprenta de los Niños Expósitos de Buenos Aires durante los siglos XVIII y XIX [...]», 1904.
Sus orígenes
Resulta difícil hacer una historia de la Real Imprenta de la Casa de los Niños Expósitos [las denominaciones se irán sucediendo hasta llegar a la más conocida «Imprenta de Niños Expósitos»] sin reparar en las reformas y proyectos culturales y políticos que hacia fines del siglo XVIII llevó adelante el Reino de España con el objetivo de reforzar el poder español en las colonias americanas. Tal es así que la historia de su vinculación con la Casa de los Expósitos en Buenos Aires [2] comienza, en realidad, tras la expulsión de la Compañía de Jesús, iniciada en 1767. Historia por demás conocida, la expulsión de los jesuitas vino acompañada por la prohibición de instalar nuevas imprentas, lo que llevó a un virtual congelamiento de la que hasta entonces había funcionado en el Colegio de Montserrat, en Córdoba.
Tras fundar la Casa de Niños Expósitos, en 1779, dedicada a albergar niños recién nacidos que habían sido abandonados, o habían quedado huérfanos, para que dejasen de ser víctimas «hasta de la voracidad de los perros» [Quesada, 1863], el Virrey Juan José Vertiz y Salcedo hizo traer e instalar aquella imprenta de tipos móviles en un pequeño taller, con la intención de que al explotarla esto sirviera para recaudar fondos y mantener los gastos de la Casa. De este modo, se dispuso además del beneficio económico que se educara en el arte de la impresión a los niños, formándolos en un oficio y dándoles «una ocupación digna».
Tal es así que Juan María Gutiérrez señala en su Bibliografía de la primera imprenta de Buenos Aires [1866], una de las primeras fuentes históricas a ser consultadas por quien se interese sobre el tema en cuestión, que: «[…] no estaba todo hecho con abrir sobre la calle pública un torno con una inscripción patética, pagar amas de leche y proveer al sueldo del administrador y empleados subalternos. Era menester a más asegurar una renta permanente para sostén de la casa y proveer a la ocupación lucrativa de los expósitos varones cuando se hallasen en la edad de tomar un oficio».
Las pruebas de impresión, acopiamiento de piezas, algunas de ellas desgastadas, otras faltantes tras el viaje desde Córdoba a Buenos Aires, etc., retrasó la aparición de los primeros impresos, que verán luz recién en 1781, más allá de alguna prueba suelta. Este primer período está signado por la reimpresión de Cartas pastorales, Catecismos y otros textos religiosos, muchos de ellos reimpresiones de textos madrileños previos, además de Bandos y Oficios diversos.
Su edición Príncipe
En su primer año de vida se imprimen en los talleres de la Casa de los Niños Expósitos varias obras, algunas incompletas, muchas de ellas de prueba hasta llegar a imprimir finalmente en hojas del tamaño de un pliego de papel grande común, que era lo usual para las cartas pastorales dirigidas a los diocesanos. Gutiérrez [1866] sigue el Catálogo de Pedro de Angelis y acota que la creencia es que el primero de sus productos «es un papel en 4° publicado […] con el siguiente título: Representación del Cabildo de la ciudad de San Felipe de Montevideo».
Ahora bien, en cuanto a producción tipográfica completa en formato libro, sin lugar a duda la más importante es el Septenario de los Dolores de Maria Santísima, compuesto y dedicado á la misma Soberana Señora, venerada en la iglesia de los Padres Carmelitas Descalzos de Calatayud, y Huesca, de «la pluma infatigable» de Fr. José Antonio de San Alberto, perteneciente a la orden de los carmelitos descalzos y, en ese entonces, Obispo de Córdoba de Tucumán y Arzobispo de La Plata. Esta es la edición identificada como princeps de la Imprenta. Según comenta Luis Ricardo Fors [1904], director de la Biblioteca Pública Provincial de La Plata, el Septenario es la edición «más rara y apetecida de los bibliófilos», expresión que comparte junto a José Toribio Medina. Y siguiendo al gran erudito, bibliógrafo y coleccionista chileno, Fors asegura que se llegaron a imprimir 377 ejemplares de esta obra, y que desde la imprenta hubo reediciones en 1785 y en 1796.
Las invasiones inglesas y el «nosotros» americano
Con las invasiones inglesas de 1806 y 1807 se desata en toda América un movimiento que hermana a la región y a los «hijos de los españoles» bajo la consigna unificada de expulsión de la potencia extranjera. Se trata de un momento significativo que inicia un proceso identitario no menor, dado que para muchos estudiosos funciona como condición necesaria del movimiento emancipatorio que germinará tras la invasión napoleónica a España y el encarcelamiento del rey Felipe VII, en 1808, para derivar luego en el movimiento de Mayo. Cabe decir, a la consigna unificada «americanos contra el invasor inglés» le sucederá tan sólo un lustro después la más abarcadora «americanos contra europeos», resignificándose de ese modo la posición frente a la Corona, primero, y frente a los pueblos de habla no hispana que habitaban estos territorios luego.
En cuanto al taller, cabe destacar que se vio beneficiado en lo que hace a sus condiciones materiales de producción: al ser expulsados de Montevideo una vez finalizado el bloqueo en esa ciudad, las fuerzas inglesas dejarían abandonada la imprenta que habían instalado para imprimir, por ejemplo, el muy famoso periódico bilingüe The Southern Star [3]. De este modo, al ser enviada a Buenos Aires, el taller expósito vio duplicado su capacidad y mejorando de manera considerable sus tipos, fundiciones y algunas matrices.
En ese contexto, la Imprenta de Niños Expósitos es un medio que permite atestiguar, de un modo privilegiado, este proceso cultural, simbólico, político que abarca distintas expresiones de regocijo patriótico que llegan en forma de Bandos de la Real Audiencia, Oficios de los Ayuntamientos de ciudades como Mendoza y Oruro, y Proclamas dirigidas a los habitantes de Buenos Aires por parte de los Cabildos de Bogotá, Lima, Montevideo, Río de Janeiro y Santiago del Estero, entre muchas otros folletos referidos a las invasiones. Obras todas que sumadas a distintas Odas literarias y Romances heroicos comparten la celebración de la gesta de la reconquista de la Capital del Virreinato del Río de la Plata por parte del «invicto pueblo al mando del patriota don Santiago de Liniers»; y elementos todos que nos permiten tramar en la producción impresa de este período sentimientos compartidos y una clara señal de unidad americana frente a la amenaza externa.
Como se sabe, el devenir de ese primigenio «nosotros» americano acelerará su ritmo a partir de los movimientos de Mayo en Chuquisaca [1809] y en Buenos Aires [1810], hasta culminar en los procesos emancipatorios a mediados de la década.
Pero hay dos notas que ameritan ser señaladas aquí, al menos en lo que concierne a la producción bibliográfica de la Imprenta. Por un lado, la fórmula «en nombre del Sr. D. Fernando VII» utilizada en buena parte de los documentos oficiales en estos años, ya sean Estatutos provisionales o nombramientos de Juntas que se van sucediendo, y que funcionó a manera de un resguardo tentativo para negociar lo que aún no se definía concretamente en proyectos independistas [4]. Por el otro lado, con las Invasiones inglesas y, luego, ante la necesidad de llevar una voz que sumara adeptos a la causa revolucionaria en todos los territorios rioplatenses, comienzan a multiplicarse las proclamas, oficios y publicaciones traducidas a las distintas lenguas amerindias, entre las que podemos destacar las muy conocidas proclamas «A los indios del vireynato del Perú», de Juan José Castelli, la «voz» de la Revolución [5].
De esta manera, ese «nosotros» americano se apoyó en una práctica de traducción que se remontaba a las misiones y, al recuperar esos antecedentes inclusivos y simbólicamente potentes para la región, reforzará una tradición que logrará sostenerse durante la Asamblea del Año XIII y llegará hasta el Acta de la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas en Sud-América, redactada en 1816 en español, quechua y aimara. Pero la práctica quedaría en desuso tan sólo unos años después, en la década del ’20, donde el sujeto político por antonomasia dejará de ser «el americano» para pasar a identificarse de manera exclusiva con «el porteño».
Juan Jacobo Rousseau, Del Contrato social o principios de Derecho Político, 1810. Edición traducida y prologada por Mariano Moreno, reimpresa en Buenos Aires «para instrucción de los jóvenes americanos» y unas de las mayores expresiones de la pedagogía revolucionaria de Mayo.
Las publicaciones periódicas
Tras la transformación tipográfica que se había producido al recibir la imprenta venida desde Montevideo, el taller de la Imprenta pudo llevar adelante una transformación acorde a los complejos y convulsionados tiempos que signaron los años siguientes a la Revolución de Mayo. La posibilidad de imprimir en papel pliego de manera más estable y sostenida en el tiempo impulsó la conversión al formato seriado, conformándose de este modo un nuevo núcleo de obras riquísimas y que hacen al aspecto más conocido y estudiado de la Real Imprenta de los Expósitos: las publicaciones periódicas del Río de la Plata.
En toda aproximación a la historia de esta imprenta se destaca la sección referida a la prensa periódica, dado que de sus talleres salió el Telégrafo Mercantil, Rural Político y Económico e Historiográfico del Río de La Plata [1801-1802], dirigido por Francisco Antonio Cabello y Mesa, y primer periódico porteño. En la Imprenta de los Niños Expósitos también se publicó el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio [1802-1807], de Juan Hipólito Vieytes. Y además fue cuna de los grandes títulos de la vida pública en nuestro país, tales como: la Gazeta de Gobierno [1809-1810], del Virrey Cisneros, el Correo de Comercio [1810-1811], editado por Manuel Belgrano, la Gazeta de Buenos Ayres [1810-1821], publicación auspiciada por Mariano Moreno [1810], El Censor [1812], de Vicente Pazos Silva, Mártir o libre [1812], de Bernardo Monteagudo y El grito del Sud [1812-1813], de Julián Álvarez, entre muchas otras.
A principios de 1820, gracias a una gestión de Manuel Belgrano, se trajeron desde Brasil dos nuevas imprentas a la Casa de los Expósitos, que pasó a funcionar con un total de cuatro imprentas físicas, transformación que nuevamente propició un «boom» de publicaciones hasta que a mediados de 1823 el taller dejaría de tener arrendatarios que se hagan cargo de la impresión. En estos, sus postreros meses, se publicarían periódicos como Doña María Retazos, Antón Peluca y algunos números de El Americano Imparcial y el Argos de Buenos Aires y avisador universal, vinculados ya sea al gobierno de Bernardino Rivadavia y la pluma de Juan Cruz Varela, o a la pluma satírica del religioso franciscano Francisco de Paulo Castañeda, su más ferviente opositor.
Mudanza y conclusión de una etapa histórica
En 1824 se resolvió trasladar una de las imprentas físicas a Salta debido a que la actividad del taller había dejado de tener relevancia en el sostén de la Casa gracias a la obtención de un subsidio que regularizaría sus ingresos. De todos modos, como en su momento sucediera con la Imprenta de Montevideo, que sostuvo el sello editorial durante los años siguientes a las invasiones inglesas, en varias de las obras publicadas ya en Salta seguiría apareciendo el pie de imprenta de «Expósitos».
Y si bien la Imprenta mantuvo su denominación original hasta el año 1825, en que pasó a conocerse como «Imprenta del Estado», sin lugar a duda es el período de 1780 a 1824 el de su mayor proliferación de obras e importancia bibliohemerográfica.
Ficha, Sala de Tesoro. Biblioteca Nacional Mariano Moreno.
La Biblioteca Nacional Mariano Moreno resguarda cerca de 600 piezas bibliográficas pertenecientes a la Colección de la Real Imprenta de los Niños Expósitos, entre documentos, libros, periódicos y material de archivo encuadernado de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Estos impresos fueron testigos privilegiados, cuando no protagonistas de cada transformación política y cultural no solo de lo que actualmente es Argentina, sino que trascendió las fronteras espaciales –y temporales– para formar parte de la historia visual y cotidiana del Cono Sur, conformando como hito ineludible de la Memoria Americana.
Notas:
1. Fabio Ares [2009 y 2011] es referencia obligada en esta materia, dada su renovado impulso a los estudios tipográficos y sobre la historia de la Imprenta. Otra referencia, en este caso institucional, es el trabajo que se realiza conjuntamente entre la Sala de Tesoro y la Coordinación de Digitalización de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno desde el año 2017, en el que confluye la labor de colegas como Pamela Gionco, Kevin Perez-Knees y Jorge Díaz.
2. La Casa funcionó originalmente en la intersección de lo que hoy son las calles Moreno y Perú y luego se mudará a varios lugares de la ciudad hasta llegar al complejo que luego se convertiría en el Hospital General de Niños Dr. Pedro de Elizalde.
3. Una edición en formato facsimilar de este periódico fue publicada por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno en el 2007.
4. Exceptuamos aquí voces como las de la Proclama de Chuquisaca de 1809, atribuida a Bernardo de Monteagudo, la cual dictamina –en formato silogístico– un único camino posible: «¿Debe seguirse la suerte de España o resistir en América? Las Indias son un dominio personal del rey de España; el rey está impedido de reinar; luego las Indias deben gobernarse a sí mismas».
5. Inmortalizada de manera contemporánea en la excelente novela de Andrés Rivera: La revolución es un sueño eterno, 1987.
Bibliografía
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