A finales de octubre de 1821, el botánico francés Auguste de Saint-Hilaire (1789-1853), que, por entonces se encontraba en Río de Janeiro, le escribía a Dámaso A. Larrañaga, párroco de Montevideo, recomendándole al naturalista Friedrich Sellow (1789 – 1831), comisionado por los gobiernos prusiano y brasileño en viaje al Paraguay. En su camino, visitaría la Banda Oriental que, ocupada por las tropas brasileñas, entre 1821 y 1825 llevó el nombre de Provincia Cisplatina.
En su carta, Saint-Hilaire recordaba su encuentro del año anterior, cuando habían compartido impresiones sobre la historia natural y conversado sobre rocas, petrificaciones, herbarios y sistemas de clasificación. Saint-Hilaire, apreciando el conocimiento de Larrañaga, recomendaba a quienes partían hacia el Uruguay que lo visitaran en su residencia, una chacra o quinta que se transformaría en uno de los centros más importantes para el estudio de la naturaleza del Río de la Plata.
Larrañaga había nacido en Montevideo en 1771, en el seno de una familia de origen vasco que gozaba del reconocimiento local y que, en posesión de derecho de corso, dirigía varias compañías comerciales. Había estudiado teología en Córdoba y Buenos Aires; se desempeñó como capellán del ejército español y, luego, del revolucionario. En 1816 fue nombrado director de la biblioteca de Montevideo y, tras la muerte de su padre en 1818, se trasladó a la Casa Quinta o chacra, donde vivió con su secretario, sus esclavos y las familias de sus hermanas, instalando allí su biblioteca, colecciones y papeles. Mientras la casa se convertía en una especie de museo, los jardines le servían de laboratorio para realizar observaciones meteorológicas y experimentos vegetales. Larrañaga, puede decirse, es un representante de las reformas borbónicas y las instrucciones del tardío siglo XVIII que promovieron el interés por el estudio de las plantas, la fauna y el clima.
Reconstrucción de la planta de la casa de Larrañaga (tomado de Rafael Algorta Camusso, El Padre Dámaso Antonio Larrañaga. Apuntes para su Biografía, Montevideo, Barreira y Ramos, 1922.
Desde 1824, Larrañaga fue vicario de Montevideo, otra circunstancia que le facilitó la recepción de datos y objetos ya sea personalmente o a través del correo, medio que usaba para el intercambio de dibujos, libros y periódicos. Gracias a ello, recibía las novedades de otros puntos del continente, pero también de Londres y París. Accedía, además, a los archivos de la burocracia colonial y a las bibliotecas de las órdenes religiosas que se habían disuelto hacia 1800. Era un estudioso del sistema linneano, interesado en los distintos métodos de clasificación. Junto con otros dos sacerdotes de Buenos Aires, Saturnino Segurola y Bartolomé Muñoz, diseñaron cuadros de clasificación de la naturaleza local. Llevó un diario de sus observaciones, comparó los nombres vernáculos, estudió las fuentes archivísticas y experimentó con los pigmentos para representar de manera adecuada los colores de la fauna y la flora del país ya que se proponía revisar la obra del ingeniero militar Félix de Azara, topógrafo en la comisión de demarcación de la frontera hispano-portuguesa (1781-1801).
En julio de 1814, Larrañaga anotó en su diario: «Se han vuelto a encontrar huesos fósiles en las cercanías y, por las noticias que he recibido, son de la misma familia á que Cuvier llama Megaterium», adjuntando extractos de distintas publicaciones referidos a la anatomía de este mamífero extinguido, cuyo esqueleto había sido hallado en 1787 cerca de Buenos Aires. Ese año, un monje había informado al Virrey del hallazgo, y antes de removerlo, un teniente del Real Cuerpo de Artillería se acercó para registrar las dimensiones, describir el emplazamiento y reproducir el número de articulaciones y piezas para que pudieran volver a colocarse en su sitio. Se lo montó en el Fuerte de la ciudad y, unos meses más tarde, llegaba a Madrid para ser presentado al público en el Real Gabinete, que había girado instrucciones para encargar la recolección de animales, plantas y petrefactos (1) en los dominios americanos. En este sentido, Larrañaga, Muñoz, Segurola, el monje de Luján y el Virrey encarnan algunos de los personajes activados por las instrucciones madrileñas quienes, desaparecido el vínculo con la metrópolis, no abandonaron su interés en el estudio de la naturaleza ni su afán por hacer colecciones que, ahora, permanecían en el dominio privado o a la espera -parafraseado la feliz expresión de Jorge Gelman- de un Estado que las cobijara.
Georges Cuvier (1869-1832), el anatomista del Muséum de París, lo había llamado Megatherium debido a su enorme tamaño, considerando que este miembro de la familia de los perezosos (Bradypus) había desaparecido en una de las revoluciones del globo. Cuvier se basó en los grabados realizados por el preparador del Gabinete de Madrid, que algunos consideraron imperfectos y, como este especimen era el único disponible, varios naturalistas llegaron a España para analizarlo. Entre otros, el zoólogo del Báltico Christian Heinrich Pander (1794-1865) y el anatomista Eduard Joseph d'Alton (1872-1840), quienes el 12 de julio de 1818 anotaban: «Llevamos aquí cuatro semanas, en las que nos ocupamos casi exclusivamente del Megaterio [un nombre que no es un nombre sino una descripción y que, por lo tanto, debería abolirse]». Añadían los esqueleto de los perezosos actuales, grabados que fueron adoptados por Cuvier en la reedición de su Recherches sur les Ossemens Fossiles de 1823, quien, sin embargo, siguió llamándolo Megatherium. Paralelamente, la información que llegaba del Río de La Plata sugería que el animal podría haber sido una especie de Dasypus o armadillo, una idea, originada en la casa de Larrañaga y difundida gracias a sus visitantes.
Desde 1808 Larrañaga y Muñoz se habían dedicado a estudiar los armadillos de la región. Muñoz envió una copia del dibujo de 1787 conservado en los archivos de Buenos Aires (Ver imagen). En una carta fechada el 15 de septiembre de 1818, el botánico Aimé Bonpland (1773-1858), antiguo compañero de Alexander von Humboldt, se comunicaba con Larrañaga para sugerirle qué hacer con los huesos hallados en 1814. Bonpland, que se encontraba en Buenos Aires, no los había visto, pero había oído de ellos. Larrañaga, por su parte, intentaba clasificarlos: entre sus manuscritos, figuran unos Tableaux de la Nature, donde colocó a Megatherium en dos familias diferentes: «Megatherium colosalis» [Cuvier] en la familia de los armadillos y «Megatherium cataphractum» en la de los perezosos, que nunca publicó, en parte por su creciente ceguera. Eso no impidió que sus ideas circularan gracias a sus visitantes; entre otros los franceses Bonpland y el comandante del Urania, Louis Claude de Saulces de Freycinet (1779-1842) y varios ingleses, como el comerciante de piedras preciosas John Mawe (1764-1829) y el almirante británico Philip Parker King (1791-1856). Los viajeros sugerían visitar la casa de Larrañaga, a la que solían llegar con las cartas de recomendación de su predecesor y salir con otras destinadas a los anfitriones subsiguientes y con nuevas ideas que transmitirían en otros círculos. Vista así, aquella casa era un lugar donde los viajeros se cargaban de opiniones, un sitio donde se encontraban la anatomía comparada de Cuvier, las noticias de Europa, los documentos del archivo colonial, los sistemas de clasificación y el conocimiento de la fauna y flora local. Los huéspedes, enriquecidos, seguían viaje con las enseñanzas que allí habían adquirido.
Las cartas de recomendación reconstruyen esos nudos de encuentro. Así, Saint-Hilaire había conocido a Sellow a fines de 1819 en la Real Fábrica de Hierro de São João do Ipanema, en la sierra de Araçoiaba, un establecimiento fundado por el ingeniero de minas hessiano Ludwig Wilhelm von Eschwege (1777-1855). La casa del vicario en Montevideo y los Altos Hornos de Ipanema, de hecho, reunían a los naturalistas viajeros y, aunque sus conversaciones se han perdido, las cartas dan indicios de los temas: los caminos y los ríos, los lugares donde alojarse, las personas interesadas en la historia natural, los mapas, los nombres de los asistentes o informantes, de los barcos y de sus capitanes o incluso de los proveedores de caballos, mulas y otros medios de transporte. Saint-Hilaire, seguramente, le refirió a Sellow de las colecciones y los conocimientos del sacerdote de la Banda Oriental y, cuando regresó a Río, le envió cartas de recomendación dirigidas a sus conocidos en esas regiones.
Con ellas, Sellow desembarcó en Montevideo el 16 de noviembre de 1821. Cinco días después, se presentaba a Larrañaga, entregando la carta de Saint-Hilaire. En su diario, Sellow menciona la chacra, el jardín y que ambos se encontraban para pasear a orillas del río en excursiones geognósticas y botánicas. El 2 de diciembre de 1821 anotó: «El padre tiene la cola de un animal fósil de gran tamaño, acorazado como el Dasypus» y, a pie de la página, esbozó una roseta del escudo. Ese mismo día, sugirió que la cola podría pertenecer al famoso animal gigante de Buenos Aires, es decir, Megatherium: «Los restos de un animal colosal como el del Padre Laranhaga fueron encontrados cerca de Buenos Aires; además de la cola, el Padre posee un trozo de la coraza dorsal de un Dasypus fósil? encontrado cerca de Montevideo», usando un signo de interrogación para expresar sus dudas.
Restos del extinguido Panochthus, uno de los géneros de gliptodóntidos. A la izq., placa dibujada por Larrañaga. Archivo Larrañaga. Archivo General de la Nación de Uruguay.
En el interín, en 1820, Larrañaga había enviado dos cartas a Saint-Hilaire, que, perdidas y reenviadas, fueron publicadas en junio de 1823 junto con una tercera sobre un tipo nuevo de maíz. En la primera, se discutía la clasificación de la nutria roedora o coipo [Myocastor coypus] que, según el padre, debía llamarse «Potamys» [del griego, rata de río], nombre citado por Frédéric Cuvier, hermano de Georges, quien esperaba las novedades sobre el megaterio anunciadas por Bonpland y Saint-Hilaire. En los Ossemens Fossiles de 1823, Cuvier, convencido por los grabados de D'Alton, confirmó las afinidades de Megatherium con los desdentados, mencionando que cuando había terminado el capítulo, recibió una esquela de Larrañaga cuyo extracto adjuntaba. Larrañaga describía el hallazgo de otro fémur de características similares a las de un armadillo. Prometía enviar una placa de la coraza y algo de la cola corta, gruesa y con escudos en forma de anillos, restos procedentes del suelo aluvial y que, aparentemente, también aparecían en la frontera con Portugal.
Como buen conocedor de los armadillos, Larrañaga atribuyó los huesos a una especie extinguida del género Dasypus, al que se asemejaba. Para él, «su megaterio» no tenía el aspecto de un perezoso gigante, sino el de una criatura acorazada del tamaño de un buey. A pesar de sus promesas, la colección permaneció en la Banda Oriental. Sellow, por su lado, sabía de la importancia de esos huesos e, instruido por el Padre, salió en su búsqueda. Es probable que, antes, viera el croquis copiado por Muñoz y consultara las publicaciones francesas e inglesas de la biblioteca de Larrañaga y que, a la vista de ellos, discutieran sobre la naturaleza y afinidades de Megatherium.
Sellow permaneció en Montevideo casi todo 1822, partiendo en noviembre de ese año. Llegó a Porto Alegre, capital de la provincia de Rio Grande do Sul, a finales de mayo de 1823 y desde allí recorrió el sur de Brasil y la región fronteriza, realizando diversos trabajos para el gobernador José Fernandes Pinheiro, vizconde de São Leopoldo. En la desembocadura del río Negro de la Banda Oriental, Sellow recibió un «tronco de palmera fosilizado» de manos de Francisco Néves, cirujano del batallón de cazadores. Néves lo había obtenido a través de la cadena de mando militar: un dragón lo había encontrado en el Queguay, afluente del río Uruguay, quien lo llevó al general del batallón y este, a Néves. El mineralogista Christian S. Weiss (1780-1856), quien, en Berlín se ocupó de estos fósiles, expresó su desconcierto ante este objeto, dudas que refuerzan el aspecto ambiguo del mismo. Sellow, sin embargo, supo que se trataba de la cola de un animal porque Larrañaga le había enseñado a reconocerla.
Sellow remontó el Queguay, dando con un amontonamiento de huesos en la estancia de Pedro Ansuátegui y que los gauchos utilizaban para hacer fuego. Sellow identificó entre ellos el fragmento de un fémur y algunas placas de la armadura. Y, como en el resto del viaje, recopiló los nombres de las personas con las que se iba encontrando, además de los de las plantas, los minerales y los ríos, una rutina de los naturalistas viajeros que trazaba un itinerario que combinaba los elementos geográficos con los habitantes del lugar. Sellow escuchó atentamente a los gauchos y a los soldados, sabiendo que ellos podrían señalar el paradero de las cosas en el campo: en muchas estancias, el capataz hacía recoger los huesos de los animales muertos por razones de higiene y los gauchos debían comunicarle los resultados de sus recorridos.
Con la misión terminada, el animal seguía siendo un rompecabezas, pero Sellow se convenció de la idea de Larrañaga, es decir, de la existencia en el pasado de un armadillo gigante, ahora extinguido. Desde Alegrette, despachó dos cartas y varios cajones. Una acompañaba las cuatro cajas enviadas al Museo de Río de Janeiro: la número 9 contenía los restos del fósil acorazado, la primera colección de fósiles del Museo de la capital del imperio portugués. En la carta, fechada el 18 de abril de 1826, Sellow sugería que los restos pertenecían a la misma «creación» que los «monumentos más notables» de la caliza terciaria de la cuenca de París, los elefantes y rinocerontes descubiertos en Alemania y Siberia, el mamut de Ohio y el megaterio del Río de la Plata. De este modo, comparaba la colección hecha para de Río de Janeiro con las más importantes del mundo y aunque el animal carecía de nombre, sugería que la mano o pie pertenecía a un mamífero extinguido cuyas patas delanteras eran herramientas de excavación, similares a las de los armadillos del presente. Los fósiles de Sellow y su inventario, por alguna razón, acabaron en la Colección de Petrefactos de Berlín. Fueron estudiadas en 1827 por Christian Samuel Weiss y grabadas por Eduard d'Alton, quien describió los huesos del pie para demostrar que pertenecían al mismo animal cuya armadura habían estudiado Sellow y Larrañaga.
Del otro lado del mar, las noticias siguieron circulando por Sudamérica. A principios de 1830, durante un encuentro con Bonpland en São Borja, el diplomático francés Arsène Isabelle (1806-1888) conoció al teniente portugués Gómez, quien le transmitió la noticia del hallazgo. Isabelle, que también había conocido a Sellow, afirma que éste etiquetó al animal como Ichtyosaurus platensis, quizás un resultado de la fantasía del primero. Bonpland, el 10 de junio de 1832 informaba a Humboldt que Sellow había descubierto otros restos del megaterio, «que aquí se considera un armadillo (dasypus)». Ignoraba que Sellow se había ahogado en el río Doce a fines de 1831. Humboldt, que seguía su carrera desde su encuentro en 1811, hizo imprimir la carta de Bonpland para anunciar la muerte del viajero. En tanto que las ideas procedentes de la chacra de Larrañaga continuaban su recorrido, esas que marcaron un debate finalizado en 1839, cuando el anatomista inglés Richard Owen (1804-1892) resolvería el asunto mediante la creación del género Glyptodon, el dueño de la famosa coraza y de la cola con forma de tronco de palmera.
Nota:
1. Petrefactos: (Petrificados, grecolatino; petrificaciones, fósiles, restos orgánicos fósiles), restos o vestigios de organismos del pasado. En sentido estricto aquellos restos que se han convertido en cuerpos minerales mediante la sustitución total o parcial de la sustancia orgánica original.
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