La Universidad de Harvard alberga una serie de museos cuya fundación se remonta al siglo XIX. La colección de instrumentos científicos históricos procede, en cambio, de una iniciativa de David P. Wheatland [1898 – 1993] quien, en la década de 1920, empezó a acumular los objetos que, más tarde, se convertirían en el núcleo de dicha colección.
Tras licenciarse en 1922, Wheatland se dedicó algunos años al negocio familiar, pero, en 1928, regresó a Harvard para trabajar en el Departamento de Física, primero como ayudante técnico, después como secretario y, en 1940, como director adjunto del Laboratorio Cruft. Allí, mucho antes que la historia de la ciencia los transformara en objeto de estudio y en una especialidad, se toparía con la instrumentación descartada por los investigadores, arrumbada en las escaleras, los áticos y los depósitos. Coleccionista de libros raros sobre electricidad y magnetismo, Wheatland reconoció los instrumentos antiguos gracias a los grabados que disfrutaba de memoria, asombrándose frente al abandono, pero también ante la costumbre del profesorado y de los estudiantes de desguazarlos en busca de piezas de recambio. Wheatland, para protegerlos, se los llevó a su despacho que pronto se saturó de chatarra científica. Buscó entonces un espacio, contando con el apoyo del rector del Harvard College, de I. Bernard Cohen, profesor adjunto de Historia de la Ciencia, William A. Jackson, conservador de la Biblioteca y de Samuel Eliot Morison, historiador.
El grupo decidió exhibir la colección en febrero de 1949; al año siguiente, ya ocupaba el sótano del Museo Semítico, la sede de la Colección de Instrumentos Científicos Históricos, el nombre que se le dio oficialmente a esta colección en el subsuelo y a cargo de Wheatland, quien recorría los pasillos de la universidad en misiones de rescate, una parte legendaria de su programa curatorial. A menudo lo acompañaba su esposa Elizabeth Hinckley y, a partir de la década de 1960, Ebenezer Gay, el conservador adjunto. Más de una caricatura los retrata visitando los basureros de la ciudad, recordándonos cómo el museo recicla los desechos del pasado remoto pero también el más reciente. La Colección se trasladó varias veces, primero al sótano del Perkins Hall; en 1973, al Allston Burr Lecture Hall, y en 1979-1980 al sótano del Science Center, construido en los inicios de esa década.
A partir de entonces, varios departamentos de la universidad sumado a otros tantos individuos contribuyeron con la colección donando los materiales que retiraban de su uso: en la actualidad contiene más de 20.000 instrumentos algunos datados en los inicios del siglo XV y otros en el día de ayer, representando una enorme gama de disciplinas como la astronomía, la navegación, la relojería, la agrimensura, la geología, el cálculo, la física, la biología, la medicina, la psicología, la electricidad y la comunicación.
Enorme, la Mark I, vinculada al Proyecto Manhattan. Fotografía vintage. Gentileza Collection of Historical Scientific Instruments. Harvard University.
Se trata de una colección abierta y en movimiento de la que siguen desgranándose e incorporándose los instrumentos que, día a día, quedan obsoletos de la práctica científica. Entre ellos, la Harvard Mark I, o Calculadora Automática Controlada por Secuencia (ASCC) de IBM, una de las primeras computadoras electromecánicas utilizada durante la última parte de la Segunda Guerra Mundial, fue trasladada a Harvard en 1944. Uno de los primeros programas ejecutados en la Mark I fue iniciado el 29 de marzo de 1944 por John von Neumann quien trabajaba en el Proyecto Manhattan y necesitaba determinar si la implosión era una opción viable para detonar la bomba atómica que se utilizaría un año después. La Mark I se desmontó en 1959; una parte se entregó a IBM, otra a la Smithsonian Institution y otra pasó a la colección de Harvard, expuesta en el vestíbulo del Aiken Computation Lab. Hacia 1997, se trasladó al Science Center pero, en 2021, pasó al vestíbulo del nuevo Complejo de Ciencia e Ingeniería en Allston, Massachusetts.
Hoy la llamada Galería Putnam de la planta baja del Science Center está destinada a la colección permanente. Otra parte se exhibe en el foyer, mientras que, en el primer piso, una sala está destinada a exposiciones temporarias que utilizan los materiales del museo según temas pensados por los profesores y los alumnos de la universidad. Así, Gabriela Soto Laveaga, profesora de historia de la ciencia en Harvard y sus alumnos Katherine Enright, Manny Medrano y Francis Newman, estuvieron a cargo de la concepción y la realización de «Measuring difference» [La medición de la diferencia], muestra inaugurada en octubre de 2024 y que continuará hasta el fin del verano boreal. La misma hace énfasis en esa cultura de la precisión [cuya evidencia material está en los mismos instrumentos que coleccionó Wheatland] que hace que la experiencia se exprese en pulgadas, grados, galones, decibeles, metros, kilos. A través de ejemplos de todo el continente americano y de distintos momentos de su historia, esta exposición en castellano y en inglés ilustra cómo, qué y quién se midió, refiriéndose a las medidas para describir y explotar el «Nuevo Mundo» que se introdujeron en contraste con las escalas existentes, ya fueran estas nativas o de la potencia anterior.
La exposición acudió, además, a aquellos museos y bibliotecas decimonónicos de la universidad, como el Peabody de Arqueología y Etnología, el de Anatomía Comparada, el de Anatomía, el de artes, los herbarios, las colecciones de mapas y de minerales. Esta diversidad de repositorios habla de cómo la naturaleza y la sociedad fueron concebidas como objetos medibles y que esas medidas, no hay que olvidar, son invenciones humanas incorporadas como automatismo a nuestras prácticas y a nuestra concepción del mundo conformando diferencias y definiendo relaciones.
La muestra se refiere a varios intentos de estandarización «universal» que, lejos de imponerse, fragmentaron la medida de las cosas, declinándola local o nacionalmente. Allí está la vara castellana de 1568 que, por distintas circunstancias y en un itinerario más que complejo, daría lugar a la vara mexicana de 1848. O los errores en los mapas, o los estilos que combinan símbolos indígenas con requerimientos españoles. Eso sin hablar de las cartas de colores pergeñadas para transmitir la variación cromática de una naturaleza que ―muerta― atravesaba el océano, la selva o el desierto, decolorada: un pez conservado en formol ―blanco como una víctima de Drácula― no se parece en nada a la lámina que lo representa en carmín encendido, listo para brillar. Así en el caso del color, lo que permite comparar las plantas y los animales arrancados de un espacio y llevados a otro, es esa escala que ―supuestamente― transporta las características que la muerte y el viaje apagan. O las balanzas, que miden a los especímenes cuando todavía respiran, arrojando un peso que, cuando los bichos y las hierbas ya no son lo que sabían ser, dará pie a la reconstrucción de las dimensiones de cuando andaban o hacían fotosíntesis por el campo.
Más allá del mundo español, la exposición muestra la transformación de los cuerpos humanos en medidas estándares que miden la salud y la enfermedad, la inteligencia, el desempeño o los límites humanos para, por ejemplo, colonizar Marte. Como dice uno de los carteles, «incluso los mundos imaginados deben hacerse tangibles a través de medidas», recordándonos que el pasado, visto con esta vara, comparte esa característica con lo que nos trae el futuro pero que también define el presente. No por nada, Gabriela Soto Laveaga eligió como figura central a «Loba garífuna», una silueta compuesta realizada por Nancy Friedemann-Sánchez [1961-], artista colombiana residente en Nebraska. Esta silueta-collage nos confronta con una pose, la condición necesaria e insuficiente para viajar y cruzar las fronteras: esa que resulta de pararse en unas marcas amarillas, levantar los brazos como si nos asaltaran y, tras un tris de una cámara que nos atraviesa en un segundo, nos descompone en datos. Miles de datos, tantos que la Mark 1 no sé si alcanzaría a computarlos.
* Marzo de 2025. Especial para Hilario. Artes Letras Oficios