Iniciar un nuevo día implica una serie de rituales microscópicos que permiten al cuerpo humano activarse y dar comienzo a la jornada. Como simples mortales, tendemos a dar este proceso por sentado, pero nunca está de más hacer una pausa y reflexionar sobre la energía, los procesos físicos y los estados mentales que atraviesan nuestro organismo. Un trabajo en teoría autónomo, pero clave para que ese recorrido diario se convierta en una realidad.
Si a este «protocolo sistémico» le sumamos los diversos artefactos y gestos cotidianos empleados para preparar alimentos o vestirse, nos daremos cuenta de que los objetos que nos rodean no están ahí por mera existencia. Son vehículos esenciales que facilitan nuestra rutina, haciéndola más simple o más placentera.
En este enfoque de lo cotidiano, los objetos no se limitan a tener una función práctica, más bien poseen una estética propia y una historia personal, tejida junto a quienes los utilizan. Luján Cambariere [2022], curadora y periodista de artes populares y diseño, plantea que los objetos tienen un alma, un maná, una energía particular que los habita y que los hace trascendentes e importantes para nosotros.
Surge entonces la necesidad de preguntarnos qué impacto real pueden tener en nuestra vida diaria esos objetos con alma. No es lo mismo beber café o cacao en una taza hecha a mano que en una fabricada en masa. Tampoco es igual vestir una blusa acompañada de un chal tejido en telar, con tiempo y conocimiento, que usar una prenda producida en serie por millones.
Lo que intento decir ―como apasionada de las cosas hechas a mano―, es que el disfrute sensorial que los objetos con alma aportan a nuestra existencia trasciende la posibilidad de empezar con las tareas del día, ayudándose de cosas inertes. Mirar esto con el ojo que va más lejos de la simple funcionalidad, con el cuerpo energético y con la mente despierta, es disfrutar plenamente de algo que cumple con una acción mecánica, por decirlo de alguna manera; pero que principalmente nos invita a coexistir con conciencia, a través de contenedores de identidad, patrimonio inmaterial e intención. Nos invita a rediseñar prioridades y sensibilizarnos.
Aunque lo mainstream y la vorágine diaria no esperan, siempre se puede considerar el aporte consciente al mantenimiento de la identidad propia intergeneracional. Considerar cómo la manta, jarro o alfombra que ahora están en casa provocan que iniciar el día no sea una tarea mecánica, más un goce estético que emana desde tempranas horas. Algo como una dualidad intencional. Valorar de manera tangible quiénes somos a nivel cultural y ser eficientes a nivel utilitario. Dar un plus, ganar esa sensación de satisfacción en nuestro espíritu. En definitiva, echar a andar el día disfrutando.
De ahí que lo estético se presente siempre como una posibilidad para identificar ese «maná», el aura de las obras artesanales del cual ―en nuestro circuito, al menos― todos conocemos.
El concepto de «aura» fue establecido gracias al pensamiento de Walter Benjamin [1892-1940] en su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, publicada originalmente en 1935. En el desarrollo de su idea, Benjamin la describió como una cualidad única e irrepetible, vinculada claro a su autenticidad, contexto histórico y ritual original. Así, esta se encuentra presente en aquello que no puede ser replicado, en la experiencia que surge de la proximidad y del aquí y ahora de cada pieza.
El quehacer ancestral, siempre presente pero muchas veces olvidado, emerge como una alternativa indispensable para replantear nuestra relación con los objetos, los recursos y el propio tiempo. Un trabajo con ritualidad e intención, imposible de replicar; cien por ciento único.
A quién no le gustaría tener un espacio propio con autenticidad, sea cual sea. Un contenedor, llámese casa, oficina o metro cuadrado, en el que ubiquemos un menaje con sentido. ¿Qué pasaría si ese grupo de objetos, además de poseer una belleza particular, está comprometido con la sostenibilidad y, sobre todo, hecho por personas de nuestro propio país? En este sentido se enmarca la teoría que propongo como «el eco de tierra»; un statement que establece la conexión entre las raíces culturales y el amor por nuestra identidad nacional, mientras que, a través de ondas activas y constantes, impulsa la creatividad y la renovación hacia adelante. Como un eco que lleva la tradición hacia futuro, este planteamiento intenta colaborar en la consolidación del orgullo de pertenecer a nuestra herencia rica y única, poniendo en valor su significancia en el mundo contemporáneo.
Irma Poma. Perú. Detalle: «Respetando las costumbres para cuidar a la MAMAPACHA». Fotografía: Pablo Carrión.
El aura puede ser reconocida también como resistencia, ese necesario símbolo de robustez del «eco de tierra», frente a la estandarización y la latente pérdida de características propias. Este eco potencia el aura, porque encapsula historias, tradiciones y valor agregado que trasciende al objeto físico. La revalorización del arte popular, a través del reconocimiento de estos objetos, es estética y también política y ética. A diferencia de los productos fabricados en masa, el quehacer de la comunidad artesana es único. Incluso si se replican patrones similares, las pequeñas variaciones creadas por el trabajo manual añaden carácter y unicidad. Una huella dactilar. Es por ello que la carga aurática de estas piezas es fuerte, porque son irrepetibles en su momento de creación. Su propósito funcional queda en segundo plano cuando hablamos de que su corazón son las materias primas brindadas por el propio ecosistema y por los rituales que forman parte del mismo gesto de elaboración.
Es evidente que la experiencia emocional y sensorial que provoca convivir con artesanías desencadena un especial vínculo. ¿Será que esto se produce debido a que ellas se crean dos veces? Una primera en la mente y una segunda a través de las manos. ¿Cuál es el valor afectivo de las cosas? Ese valor que no puede medirse o cuantificarse que tiene un sentido de insustituible. Ocupar espacios rodeados de estas creaciones es habitar la memoria cultural y dar un lugar a aquello que nos conecta con nuestras raíces ya sea al despertar o al acabar el día.
Fuentes bibliográficas:
Benjamin, W. [1935/2021]. La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica [T. Waisman, Trad.] Godot.
Cambariere, L. [2022]. El alma de los objetos: Una mirada antropológica del diseño. Editorial Experimenta.