JUAN DE DIOS MENA, A UNIVERSAL IRONIC.

Talla en madera de curupi. Colección Carlos Alonso.


El escultor junto a sus creaciones, en una fotografía vintage dedicada a Aldo y Efraín Boglietti.


Los excesos del alcohol y el mal camino van de la mano; así lo representó Juan de Dios Mena. (Colección particular)


Sonia Decker


Directora de CONSULTART/dgb, consultora con más de treinta años de actuación en el mercado de arte local. 


Licenciada en Publicidad (USAL). 


Fue Perito judicial en Arte, y Profesora de “Mercado del Arte” en las Universidades del Salvador y del Museo Social Argentino.


Integró el grupo fundacional del Museo de Arte Tigre, teniendo a su cargo la adquisición de las obras de su colección permanente.


Artista pintora, ha realizado sus últimas muestras individuales en las galerías VYP, Arroyo y Librería Menéndez.

Por Sonia Decker (*)

Juan de Dios Mena (1897-1954) nace en la provincia de Santa Fé pero será Chaco la que lo adopte durante el resto de su vida. Su pueblo natal es Puerto Gaboto, pequeña localidad santafesina donde transcurre su infancia llena de privaciones, en un hogar humilde y numeroso pero rodeado de una naturaleza agreste que le permite vivir en absoluta libertad.


Hacia 1923, realiza tareas rurales de escasa importancia, y comienza a escribir poemas que envía como colaboraciones para la revista rosarina “Belgrano” y para “Fray Mocho”. Al poco tiempo, estos trabajos le permitieron  instalarse en Buenos Aires para hacer algunas tareas administrativas en la revista “Nativa”, donde en 1926 publica sus poemas por primera vez. La tónica nacionalista y respetuosa de las tradiciones criollas de esta publicación, potencia aún más su identidad revalorizando de ese modo al hombre de campo. El gaucho ya no es más el salvaje de otros tiempos sino que será el depositario de los valores argentinos transformándose en un hombre que trabaja en distintas tareas rurales. El inmigrante no forma parte de este universo ni en la revista “Nativa “ni en el pensamiento de Mena. El “gringo” es considerado para él como un rival del ser nacional.


Desde 1928 se radica en Resistencia, donde permanecerá el resto de sus días salvo un período de dos años (1950-1952) que residirá en Posadas, Misiones. Está llegando a un Chaco que se siente cada vez más lejano del imaginario colectivo porteño que nada sabe de estas tierras tan distantes donde la civilización parecía no haberse instalado aún. Mena siempre continúa escribiendo, y es en este momento que aparece en Buenos Aires su primer libro de poesías titulado “Virolas” publicado por la Editorial Claridad.


El año 1932 será para Mena un momento considerado como una bisagra en su vida. Contrae matrimonio con Elda Aignasse, con quien tendrá dos hijos. Es en este período donde por primera vez realizará una talla en un palo de guayabí, árbol característico de la zona mesopotámica. Muy de a poco fue surgiendo de ese trozo de madera una calavera, que marcará el punto inicial de su carrera como escultor. Surgirán gracias a la magia de su cortaplumas y sus pequeños buriles, las empuñaduras para bastones, las cabezas de paisanos, los muñecos de madera con vestimentas de tela y distintos accesorios que les imprimían un tono entre realista y grotesco. Estos trabajos casi artesanales, se irán transformando con el tiempo en esculturas más abstractas, con líneas geométricas bien definidas y potentes, conformando un universo expresivo sobresaliente.


En 1936 expone en la Galería Müller de Buenos Aires denominando a su muestra: “Juan de Dios Mena. Tallas grotescas”. Se estaba inaugurando el Obelisco, la Exposición del Centenario había invadido la estética porteña con su estatuaria clásica, y Mena irrumpe con sus “ciudadanos de madera” y su pintoresquismo absolutamente nuevo y tal vez, hasta vanguardista. Su simplicidad cargada de una nueva manera de representar,  produjo efectos inusitados en la crítica y en los medios gráficos de la época. Mena presta atención a ello, y decide no vestir más sus esculturas e internarse en la talla directa del curupí, la blanda madera acorchada y lechosa que le permite incisiones fáciles y precisas. Descubre que el óleo diluido en nafta y colocado a mano evitando el pincel, le brinda una adaptación casi perfecta del color a la madera, otorgando a sus figuras un tono cada vez más nostálgico y en algunos casos, hasta dramático.


En 1939 fallece su esposa, pero Mena sigue trabajando. Cuarenta de sus mejores tallas serán llevadas a la Exposición Internacional de New York. Al año siguiente, representará al Chaco en la Exposición Nacional de 1940 que tendrá su sede en la Sociedad Rural Argentina. Mena deja de ser el tallista artesano para convertirse en un escultor moderno, exclusivo, totalmente diferente y contrario al concepto clásico academicista.



En 1943, creó junto a Aldo Boglietti el “Fogón de los Arrieros”, una suerte de institución donde abundaban las tertulias literarias, los talleres artesanales y las convocatorias musicales. Lo motiva el recuerdo de los viejos fogones de su infancia donde reinaba la sabiduría popular del hombre de campo y los relatos de sus múltiples experiencias. El “Fogón” le permitió difundir su obra y contactarse para realizar exposiciones en distintos puntos del país. En la actualidad, el “Fogón” atesora una magnífica colección de las mejores tallas de Mena.


Entre 1950-1952 participa en la organización del nuevo Museo Municipal Lucas Braulio Areco, más conocido como el “Palacio del Mate” en la ciudad de Posadas. Durante este breve período realiza una serie muy uniforme de esculturas que hoy pertenecen a esta institución. Son todas ellas piezas de gran calidad, con la impronta característica de la última etapa de su vida, donde surge la abstracción, la geometrización de las formas y la utilización expresiva del color sin fines meramente decorativos.


Mena no fue considerado como un artista significativo en la plástica escultórica argentina que abarca las décadas de 1930 a 1950. Las exposiciones relevantes y los reconocimientos importantes le llegaron después de su muerte acaecida en 1954 y en muchos casos por iniciativa del “Fogón de los Arrieros”.


Juan de Dios Mena fue un caso único. No tuvo enseñanza académica. Representaba lo que surgía de su observación aguda de la realidad donde se desarrolló su vida. No tuvo demasiada trascendencia internacional, y solo fue reconocido en los ámbitos artísticos porteños varios años después de su fallecimiento. El mercado del arte reconoció tardíamente su valor como un verdadero representante del arte contemporáneo nacional. Sus precios adquirieron relevancia a partir del momento en que varios coleccionistas importantes se interesaron por su obra, logrando de ese modo que sus valores tuvieran el merecido lugar que les correspondía.


Se calcula que Mena realizó alrededor de 500 obras en el período que transcurre entre 1932 y 1954. Todas tienen tamaños similares, son piezas únicas, algunas están tituladas, muy pocas están fechadas, y es difícil que superen los 50 cm de altura. El material utilizado casi en la totalidad de las mismas es la madera de curupí, sumamente liviana, blanda y dócil, que Mena manejaba con absoluta destreza. Es muy posible que si nos encontramos con alguna escultura de peso excesivo, sea obra de los falsarios, a los que les ha resultado imposible imitar su calidad.


Los personajes del mundo rural que conforman sus distintos “tipos” como el indio derrotado, el “chino” bruto, el médico, la monja, el comisario prepotente, el “tape” taimado, el “chacra” analfabeto, el preso, el hachero esclavo de los obrajes , o sus magníficos Cristos,  se conjugan en un variadísimo universo intimista que nace de su extraordinaria capacidad de observación, de su talento natural, y de la emoción que le provocaba cada una de las piezas que realizaba.


Juan de Dios Mena y Florencio Molina Campos fueron contemporáneos. Ambos retrataron al hombre de campo con la misma intención, destacando todos los aspectos de su vida, sus costumbres, su vestimenta, su verdadera identidad. Ambos recurrieron a la caricatura para representar a sus personajes pero la autenticidad con la que realizaron su trabajo y la permanente búsqueda estética de ambos lograron su consagración en un arte con valores plásticos profundos.

 

Mena sabe cómo deformar, cómo estilizar y tratar con humor e ironía los distintos tipos que representa, recurriendo a una actitud satírica y utilizando el grotesco como recurso expresivo. El mismo lo expresó claramente al decir: “Los muñecos viven el drama de los hombres. Yo que soy profundamente triste, como todo humorista, asomo a las expresiones de ellos, todo cuanto ocultamos o no decimos”.

 

Hacia el final de su vida, toma contacto con las principales vanguardias europeas, fundamentalmente el post cubismo, que lo llevan a madurar su proyecto artístico. Es en este momento donde llega a veces hasta el límite de la abstracción, dejando aparecer algunas incisiones que solo sugieren los pliegues de los ropajes o las formas de un rostro. Mena exagera los volúmenes de pies y manos como queriendo transferir en ellos  el esfuerzo y el trabajo de “su gente”. Los vientres fecundos sugieren la maternidad, los gestos y las poses son propios de los distintos “tipos”, sus  vidas enteras y sus penurias se concentran en un pequeño trozo de madera que surge de las mismas entrañas del bosque chaqueño.

 

Mena empezó tallando para sus amigos y regalando sus esculturas, hasta que vislumbró que podía  insertarse en otros ámbitos culturales. Jamás prescindió del humor y de la ironía. Supo reírse con sus personajes y no de sus personajes, disfrutándolos con cierta picardía y sintiendo tal vez que él estaba encerrado en cada uno de ellos. Su universalidad plástica y su contemporaneidad son innegables.

 

Nadie lo definió tan claramente como lo hiciera él mismo:

 

                                             …  Se parte con una copla,

                                            con una copla se llega

                                                     con una copla en los labios

                                                     le juego risa a las penas “.


* Marzo de 2022. Especial para Hilario. Artes Letras Oficios.


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