Cuando el mate era diferente: acerca de bernegales y apartadores

Apartador excavado en la calle Moreno 550 de Buenos Aires. Fotografía: gentileza de Daniel Schávelzon.



Bernegal hallado en el sitio de Santa Fe la Vieja, o Cayastá, prov. de Santa Fe. Fotografía: Gobierno de la Provincia de Santa Fe.



Bernegal sencillo, de cerámica, con su forma característica para tomarlo con una mano y beber de él la infusión hecha con yerba mate (Colección privada, Buenos Aires). Fotografía: gentileza de Daniel Schávelzon.



Daniel Schávelzon 


Director del Centro de Arqueología Urbana (UBA), se doctoró en Arquitectura en la Universidad Autónoma de México con la especialidad Arquitectura Prehispánica. Profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, ha sido profesor en distintas universidades de América.


Schávelzon fundó el Centro de Arqueología Urbana, dependiente de la Universidad de Buenos Aires, el área de Arqueología Urbana en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el Área Fundacional en la ciudad de Mendoza. Ex Investigador Superior del CONICET.

Ha publicado unos 50 libros sobre arqueología e historia del arte, y más de trescientos artículos en revistas científicas y de divulgación


Entre otros, ha recibido premios y becas internacionales, como la beca Guggenheim (New York 1994); National Gallery of Art-CASVA (Washington, 1995), Graham Foundation for the Arts de Chicago (1984), Getty Grant Program (1991), Harvard University-Dumbarton Oaks (1996), DAAD Berlín (1988), Center for Latin-American Studies de la University of Pittsburgh (2002), FAMSI, Florida (1995),  y del Centro de Antropología Comparada de la Universidad de Bonn (1998). 


Por Daniel Schávelzon *

Nada más habitual que tomar mate. Lo hacemos con un mate propiamente dicho, sea del material que esté hecho, desde calabaza, madera, metal, plástico o vidrio, la yerba que nos gusta, la bombilla, quizás una cascarita de naranja y agua caliente; o fría para el tereré de zonas cálidas. Es tan habitual que, generación tras generación las variantes de la formas de beberlo y sus instrumentos han sido mínimas. Y eso nos lleva a pensar que siempre ha sido igual.


Hace pocos días en un sitio arqueológico de la ciudad de Buenos Aires (en la calle Moreno 550), se comenzó a exhibir en una vitrina aunque sin explicación alguna por cierto, una extraña cuchara que por cierto no parece muy útil para tomar líquidos. La excavación arqueológica que la descubrió fue hecha por la Dra. Ana Igareta y su equipo de trabajo. Confundida por quienes hicieron la exposición con el resto de los cubiertos, sólo se la exhibe separada por ser distinta, y lo notable es que se trata de un objeto excepcional, el primero en su tipo en ser encontrado en la ciudad, muy antiguo (siglo XVII) y que nos abre las puertas a entender cómo se tomó mate durante el primer siglo de la colonia en esta ciudad.


La población originaria del noreste de lo que hoy es Argentina, al igual que la del sur de Brasil, todo Paraguay y Uruguay usaban la yerba mate (Ilex paraguayensis) para hacer una infusión generalmente fría, la que bebían de manera habitual. Pese a ser identificados como “guaraníes”, sabemos que en la región había un verdadero mosaico de pueblos, siendo los guaraníes una tardía población invasora que, unos pocos años antes de la conquista española, casi eliminó a los grupos étnicos ya instalados en la región. Los europeos que vieron esa costumbre –la que no era más que otra infusión-, al principio se horrorizaron y los primeros jesuitas la prohibieron y persiguieron como si fuese un brebaje maléfico causante de todos los males. Sin embargo, no se tardó en entender que en realidad podrían estar frente a un gran negocio y los mismos jesuitas ocuparon los territorios que cubría ese producto que, salvaje, se cosechaba, en los bosques, con trabajo de indígenas y esclavizados africanos por medio de los encomenderos, y que en las reducciones, se lo cultivó y explotó con resonado éxito comercial.


Recipiente de madera laqueada con motivos fitomorfos y aves. Pasto, virreinato de Nueva Granada, segunda mitad del siglo XVIII. Colección particular. Fotografía: El mate en América, AAVV, Buenos Aires, Ed. Eguiguren & Vega, 2004. 


Desde los orígenes de la infusión hasta el siglo XVII los habitantes originarios la bebieron desde un simple cuenco o de una calabaza en especial (Cucurbita moschata), cortada al medio, lo que permitía manejarla con una mano. Los españoles encontraron que un tipo de recipiente de larga tradición en España llamado bernegal tenía una forma adecuada para hacer lo mismo, y además, les permitía pintarla, decorarla y lograr una mayor duración y limpieza. Pero el problema era que esa infusión incluía las hojas trituradas de la yerba, lo que debía colarse con los dientes para evitar su ingestión que resultaba desagradable y “salvaje” en sus propias palabras. Y para evitarlo inventaron una pequeña cuchara, casi plana, con un mango peculiar adaptado a tal función: el llamado apartador. Por lo general medían menos que una cuchara normal, objeto que aún no era muy común en la mesa en la que el tenedor era casi inexistente y que solo se hizo habitual un siglo más tarde [1]. Éste llegó como parte inherente a la moda italianizante de los platos playos, adaptados al corte en porciones individuales y a nuevos modales de mesa. Los delgados tenedores de dos y alguna vez, de tres dientes, encontrados por la arqueología, en realidad eran artefactos para sostener el cigarro sin que se desarmara al fumarlo, pero ese es otro tema.


Separador de peltre con un pequeño rostro humano en el extremo del mango (Museo Etnográfico, Santa Fe la Vieja). Fotografía: El mate en América, AAVV, Buenos Aires, Ed. Eguiguren & Vega, 2004. 


En las excavaciones arqueológicas hechas en Santa Fe la Vieja (Cayastá) se encontraron una docena de apartadores. En la imagen, el primero. Sabemos que los había de hierro, plata, estaño, peltre y bronce. Es válido preguntarnos: ¿cuándo cambió la forma de tomar mate?, ¿cuándo se inventó el mate con agua caliente?, ¿y la bombilla?


Con la fundación de Santa Fe la Vieja en 1573 y luego la de Buenos Aires en 1580 por pobladores que llegaban viajando hacia el sur desde Asunción, se trasladó la costumbre de tomar mate, la que pasó de regiones cálidas a templadas y frías. Lo mismo sucedió con su dispersión hacia el oeste, rumbo a Bolivia, Chile y Perú. Cabría pensar que ante la expansión de la costumbre de beber mate hacia estos territorios, el agua comenzó a ser calentada, pasando de ser una bebida tropical a una infusión que debía tomarse desde un recipiente que conservara el calor, ya no desde algo abierto sino con una boca más cerrada: la calabaza pequeña (Lagenaria vulgaris), fue la solución popular y quien tenía dinero buscó embellecerla con detalles de plata, modalidad que se intensificó cubriendola totalmente y al fin, sustituyéndola con recipientes labrados en plata y hasta en oro. La bombilla resultó ser la alternativa para beber el líquido, producto de los cambios que se sucedían: sorber por una pajilla o tubo de caña o de metal, con una rejilla en el extremo. Justamente en Santa Fe la Vieja se encontraron al menos tres de ellas, en las que el extremo era una madeja de alambres que evitaba que pasara la yerba, o una lámina perforada.


Pero si en aquel primer poblamiento de Santa Fe, abandonado en 1660, se encontraron doce separadores (de diferente forma), en Buenos Aires para los siglos XVIII e inicios del XIX ni siquiera figura uno en los inventarios conocidos, y bernegales solo hay uno. En cambio, documentados, hay para esos años diversos mates y  bombillas [2]. Justamente es la época del cambio entre una manera de tomar mate y la otra, más moderna. El uso de bombillas fue bien descrito en el siglo XVIII, ya impuesta la moda, por el inquieto padre Florián Paucke quien viajó por la región entre 1749-1767 [3]. Para el historiador Zapata Gollán el cambio entre el mate abierto y el cerrado fue un proceso lento y superpuesto en el tiempo, habiendo quienes usaron ambos [4].


Más recientemente, la obra “El mate en América” echó nueva luz sobre esta costumbre con textos firmados por Manuel Cruz Valdovinos, Carlos Mordo y Roberto Vega, Marta Sanchez, Juan Carlos Garavaglia y  los hermanos Javier y José Eguiguren Molina [5].


Notas:

1.  Daniel Schávelzon, Historias del comer y del beber, Buenos Aires: Aguilar, 2000.

2. N. Porro, J. Astiz y M. Róspide, Aspectos de la vida cotidiana en el Buenos Aires virreinal, Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, 1982.

3. Florián Paucke, Hacia allá y para acá. Iconografía y memorias completas, Santa Fe: Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe, 2010. 

4. Agustín Zapata Gollán, Apuntes para una historia del mate. En América vol. 12, pp. 127-130, Santa Fe, 1995.

5. AAVV, El mate en América, Buenos Aires, Eguigruen y Vega, 2004.


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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